Cuando pensamos en el consentimiento, lo hacemos en términos drásticos: o el sexo es consentido o no lo es. Pero la realidad es mucho más complicada.
Para que el consentimiento signifique algo, una de las opciones debe ser no tener nunca relaciones sexuales. Incluidas las relaciones sexuales con nuestra pareja o nuestro cónyuge. Esta es una idea radical que a mucha gente le cuesta aceptar. En parte, porque el sexo es algo que les gusta a muchas personas, así que ¿por qué van a renunciar a él? Pero, sobre todo, porque la sociedad nos enseña que, en muchas situaciones, el sexo es una cosa “esperable”. Es lo que toca. Y entonces acabamos manteniendo un montón de relaciones sexuales que en realidad no deseamos, solo porque creemos que es lo que debemos hacer. ¿Eso es sexo genuinamente consentido? En mi opinión, no.
Veamos algunas de las ideas que nos han imbuido la sociedad y los medios de comunicación para hacernos pensar que “debemos” tener relaciones sexuales incluso cuando no queremos:
“En los hombres es natural querer tener relaciones sexuales todo el tiempo”. El “deseo sexual masculino” está ligado a nuestras ideas de cómo debe ser un hombre. Por eso los hombres pueden intentar dar la impresión de que están ávidos de relaciones sexuales e incluso iniciarlas, aunque en realidad no les apetezca.
“La cantidad de sexo que practico con mi pareja es un síntoma de lo feliz que es nuestra relación”. Por eso tenemos relaciones sexuales “de mantenimiento”, incluso cuando lo que nos apetece es simplemente ver algo en televisión.
“Si soy una mujer joven y soltera y no tengo relaciones sexuales, es que soy una puritana”. Por eso las jóvenes pueden mantener un montón de relaciones sexuales mediocres e insatisfactorias para demostrarse a sí mismas y al mundo que están sexualmente liberadas.
Dado que estas ideas se han ido asentando durante décadas, intentar superarlas individualmente puede ser abrumador. ¿Cómo vamos a transformar nuestras costumbres sexuales para que sean verdaderamente consentidas si tenemos que luchar contra todo eso? Me temo que no hay respuesta sencilla. No podemos corregir la actitud de la sociedad sobre la sexualidad y el consentimiento de forma individual. Pero sí propongo varios puntos de partida. El primero, preguntarnos: ¿Lo hago porque quiero o porque creo que debo? Así entenderemos mejor las presiones invisibles que podemos estar sufriendo. Y, en segundo lugar, otra pregunta: ¿Estoy haciendo algo para garantizar que mi pareja o parejas puedan decir fácilmente no en cualquier momento?
Las presiones sociales en torno al sexo y el consentimiento pueden ser avasalladoras. Pero podemos combatirlas juntos si analizamos nuestra forma de relacionarnos con los demás.
Columna escrita por Milena Popova investigadora y autora de dos libros sobre consentimiento en la serie MIT Press Essential Knowledge.
Uno de ellos, Consentimiento sexual recientemente publicado en Cátedra.
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