Gabriele Morelli: Las habitaciones de la memoria, Presentación de Luis García Montero, Madrid, Ediciones Cátedra, 2024, 1ª. Edición.
Amenas, divertidas, por momentos entrañables, frondosas , eruditas…, ¿cómo sintetizar en pocas líneas estas extensas memorias de una vocación? Gabriele Morelli ha hecho balance de sus muchos años de hispanista, de gentil anfitrión en su tierra italiana y contumaz investigador- viajero por tierras españolas e hispanoamericanas.
Y son los paisajes de sus recorridos los que se convierten en el primer gran organizador de estas páginas: lugares núcleo, ámbitos de múltiples encuentros, espacios frecuentados, «habitaciones» las llamará el autor: “Se trata de lugares concretos donde he trabado amistad con escritores, poetas, prestigiosos representantes de la cultura española”. Y así Madrid, la habitación predominante, se desgrana en diferentes moradas de asidua frecuentación: Velintonia 3, el Gijón, la Residencia de Estudiantes… También Salamanca, y más rápidamente, de paso, Barcelona. Bérgamo y Milán son las dos habitaciones italianas en las que también se instalan estas historias y varios puntos de la geografía chilena el principal derrotero de Gabriele Morelli por tierras sudamericanas en busca de archivos, documentos, autores y amigos.
A grandes pinceladas éstas son las habitaciones de estas memorias, aunque la variedad y cantidad de viajes no las agotan por supuesto: detrás de la huella de Miguel Hernández, las tierras alicantinas; con André Belamich los apasionantes encuentros en Villefranche-sur Mer, al sur de Francia. Y así, muchos otros espacios más fugaces aunque a veces no menos importantes.
En la geografía madrileña sobresale la mítica casa de Vicente Aleixandre: Morelli fue uno de los privilegiados amigos del Premio Nobel, y con él, desde Velintonia, la cercanía con su nutrida y fiel concurrencia: José Luis Cano, Carlos Bousoño, José Olivio Jiménez, Francisco Brines, Claudio Rodríguez… “La última cita perdida con Aleixandre”, diciembre de 1984, lo encontrará recién llegado a Madrid y en un taxi rumbo a la casa del Nobel cuando recibe la noticia de que Aleixandre ha sido internado.
El segundo gran organizador de estas memorias es su devenir en el tiempo, su orden cronológico: desde el inicial viaje de 1961 hasta la concesión del Premio Ñ del Instituto Cervantes en 2022 al ultraconsagrado hispanista italiano, senderos, publicaciones, anécdotas, todo se sucede en general en una prolija línea temporal que nos va acercando hasta el consumado presente. Hay por supuesto añadidos, digresiones que exceden el inicial 1961, como la vuelta atrás con los paisajes de la infancia, los estudios, la temprana vocación, pero el andarivel temporal termina ordenando los acontecimientos.
El “Primer viaje a España” de 1961 es un verdadero viaje de iniciación y el traslado desde la estación de Portbou hasta Barcelona uno de los pasajes que nos revelan al muy buen narrador que es Gabriele Morelli: con un estilo llano, directo, las aventuras se van hilvanando con emoción, con gracia, con habilidad, hasta culminar en episodios desopilantes.
Madrid y Salamanca son las puertas para las primeras relaciones españolas duraderas e ilustres: la temprana vocación por Miguel Hernández al que Morelli dedicará sus iniciales investigaciones y su tesis, tienen en José Luis Cano al intermediario que conducirá hasta Vicente Aleixandre y ya con su intervención a Josefina Manresa, a José Antonio Muñoz Rojas, etc. (hay que sumar la providencial aparición en Italia de Pablo Neruda frente al joven estudiante de la Universidad Bocconi de Milán): "Mi segundo y legendario viaje a España se remonta a agosto de 1962, con la papeleta de Aleixandre escondida en el bolsillo interior del jersey. Fue una especie de aventura colombina hacia el descubrimiento de un nuevo mundo". (Cap. 6. Josefina Manresa: viaje a la casa de Miguel Hernández).
El tercer gran organizador de estas páginas es temático: siempre al hilo de su infalible búsqueda - infalible sobre todo por tenaz-, de sus investigaciones y de sus numerosas publicaciones, van apareciendo los lugares, los momentos, las personas y los libros: ya hemos entrevisto su dedicación al estudio de la poesía de Vicente Aleixandre, con su gran aporte a la etapa surrealista del poeta, y también su vocación, su pasión, por Miguel Hernández junto a la frecuentación de amigos ya comunes.
También al hilo de sus investigaciones sobre la obra de Gerardo Diego se enhebran varios capítulos de este libro: las andanzas por sus principales archivos españoles – desde el emblemático domicilio de Covarrubias 9, donde aún parece flotar la presencia del poeta hasta la casa y archivo familiar de Elena Diego, en Pozuelo de Alarcón, y a la recíproca el viaje de Elena a Bérgamo… (Cap.31. La incomparable Elena Diego y mi gata Lulú.); pero también las andanzas por tierras chilenas (es hora de mencionar a Jorge Edwards, muy presente tanto en estos escenarios sudamericanos como en las finales aventuras madrileñas), retomo, detrás de la correspondencia de Gerardo Diego y Juan Larrea a Vicente Huidobro; o también los encuentros con Alejandro Finisterre (Cap.18) con nuevos aportes sobre Juan Larrea.
Y así, como si de un puzzle se tratara, vamos relacionando distintos capítulos de este libro, a veces distantes entre sí porque así se fueron sucediendo en el devenir temporal, pero coincidentes, confluyendo en una misma publicación: Historia y recepción de la «Antología» poética de Gerardo Diego (Valencia, Pre-Textos, 1997), y Gerardo Diego y el tercer centenario de Góngora, correspondencia inédita (Valencia, Pre-Textos, 2001) son señeros ejemplos de estos cruces de caminos detrás de una vocación.
La poesía española de los ´50 es otro foco de gran interés en los estudios morellianos: el desopilante Capítulo 26. Seminario en Salamanca, y el no menos divertido Capítulo 35: Viaje a la Cartuja de Pavía ( otra de las fugaces “habitaciones” que aparecen más de una vez en el libro), son elocuentes testimonios de cómo amigos, lugares y estudio confluyen en distintas publicaciones: valga ahora como ejemplo Poesia spagnola del Novecento. La Generación del ’50 (Florencia, Le Lettere, 2008).
No me he aproximado, ni lo pretendería, al torrente de información que aguarda desde estas páginas; los capítulos 22. Con Miguel García Posada, y 23. Manuel Fernández-Montesinos e Isabel García Lorca, resumen el interés de Morelli, el temprano interés- recordemos sus encuentros con André Belamich - por Garcia Lorca. A partir del capítulo 40 aparece un Rafael Alberti que ya no está en Italia pero que Gabriele Morelli busca, o por las calles del Trastevere, o conversando con sus relaciones y amigos. El estreno en Bérgamo de la película El cantar de los cantares de Manuel Altolaguirre es otro semillero de novedades y publicaciones.
Para ir cerrando, tres breves consideraciones más: la primera, que no puedo obviar de ninguna manera, es que conocí a Gabriele Morelli en Madrid en los primeros años de la década de los 80, y desde entonces también he transitado por algunas de estas habitaciones que ahora se nos despliegan y he disfrutado, y aún disfruto, de muchos de los amigos que se retratan aquí, los que están y los que ya no están. Vivencias contiguas, lecturas comunes, consultas y aportes compartidos, colaboraciones. Y así me asomo en la casa madrileña de José Antonio Muñoz Rojas, en Espalter 3; o me entrevero en los inverosímiles episodios ocurridos en el Congreso de la Universidad de Bérgamo, Epistolarios del 27: el estado de la cuestión, realizado entre el 12 y 13 de mayo del año 2000, y que se detallan en el capítulo 32. Visita infructuosa al Cenacolo de Leonardo con todo lo siguiente. En este capitulo Morelli deja la palabra a otro colega y amigo, Manuel Ramos Ortega, que en su libro Verano del 62 y otros relatos (2020), ya había dejado divertida constancia de los entretelones de la reunión.
En segundo lugar, quiero destacar que es otro colega y amigo común, Luis García Montero, quien las presenta con unas breves y emotivas palabras bajo el título de “Ejemplar e infinito Morelli “. Dice García Montero: “Es difícil cuantificar lo que España y el español le deben a Gabriele Morelli.(…) Su nombre no solo es un clásico del hispanismo italiano: es una referencia fundamental para cualquier filólogo español cuando se trata de volver sobre la obra de Miguel Hernández o Vicente Aleixandre, de Gerardo Diego o de Federico García Lorca, de Pablo Neruda o de Luis Rosales, de Juan Larrea o de Vicente Huidobro(…)".
Y para cerrar, una tercera y última consideración. De la mirada final de Gabriele Morelli sobre su extensa carrera de hispanista, ya desde la atalaya privilegiada de 2022, parecen afirmarse dos sensaciones: la melancolía, contrarrestada por su clara afirmación vital, y la satisfacción por todo lo hecho. Morelli combate su melancolía o su dolor por todo lo que ha sido y ya no está con su probado hedonismo, el hedonismo que rezuman todas estas páginas, todas estas aventuras, el placer por lo vivido y por lo que se sigue viviendo: “Muchos autores queridos, Claudio Rodríguez, Bousoño, Brines, Jorge Edwards, van desapareciendo uno tras otro: tempus fugit... Mis visitas a Madrid ahora encuentran consuelo y compañía en la amable persona de Luis Rosales Fouz, hijo del gran poeta; en otras ocasiones mi lugar de paso ha sido la casa de Luis García Montero, en la que recuerdo, además de a Almudena Grandes, la presencia de Chus, de la editorial Visor, con Ángel González, ambos envueltos en una nube de humo (…) Además, me alegra ver a otros jóvenes amigos con los que comparto, animado por el dinámico director de la Fundación Miguel Hernández, Aitor Luis Larrabide (…)".
A la continuidad de las andanzas, se suma otro sentimiento muy afirmativo: la satisfacción por lo realizado: “Si por un momento regresara a la Milán de los años sesenta, donde comienza y madura mi vocación de hispanista, y la comparara con la ciudad actual, sentiría una profunda emoción de placer y satisfacción personal por el crecimiento y el desarrollo de la lengua española, su literatura y cultura, de lo cual no puedo más que alegrarme (…)”.
Enhorabuena, maestro Morelli, enhorabuena, colega y amigo!
IRMA EMILIOZZI
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